Arenas de
San Pedro. 3 de junio, 2017
XIII
Encuentro de Animadores a la Lectura
Asociación
Pizpirigaña
[Transcripción de la ponencia]
Hace
dos años estuveaquí hablando de Maurice Sendak, de su obra, de sus ventanas y de lo que
hay Al otro lado. En aquella ocasión
hablé de la obra de un hombre nacido en Estados Unidos en 1928, de familia judía,
que fue un niño enfermizo, que fue homosexual en una época en la que la homosexualidad
era cosa de interiores, se llevaba por dentro, o incluso se trataba de no
llevar en absoluto, que fue ilustrador primero, y también escritor después, que
tuvo la suerte de tener como editora a Ursula Nordstrom, que apoyaba a sus
autores con un equilibrio perfecto de exigencia y aliento, que fue muy amigo de
otro ilustrador y escritor llamado James Marshall, el autor de los cuentitos
sobre los geniales hipopótamos, Jorge y Marta, algunos de los cuales se
publicaron aquí en los 90 en Espasa. Si no los conocéis, os imploro que los
busquéis.
Hoy vengo a hablar de otro hombre
nacido en Estados Unidos, no en 1928, pero tan solo cinco años más tarde, en
1933, de familia judía, que fue un niño enfermizo, que fue homosexual en una
época en la que la homosexualidad era cosa de interiores, se llevaba por
dentro, o incluso se trataba de no llevar en absoluto, que fue ilustrador
primero, y también escritor después, que tuvo la suerte de tener la misma
editora que Sendak, Ursula Nordstrom y que también fue muy amigo del señor de
los hipopótamos.
Maurice Sendak y Arnold Lobel. Dos
autores con tanto, tanto en común, pero tan, tan diferentes.
Lo cierto, es que sabemos muchísimo más
sobre la vida de Sendak (y eso que era bastante celoso de su vida privada, pero
sí que daba entrevistas de vez en cuando, y se dejaba filmar incluso…). Lobel,
prácticamente, no. Tiene algunas entrevistas, por escrito, pero no he
encontrado ningún documento de Lobel en movimiento, ni siquiera ningún audio.
Lo único que sabemos de la vida de
Lobel son pinceladas muy básicas: sabemos que sus padres se divorciaron cuando
tenía 6 meses. Que su madre se mudó a casa de sus padres, los abuelos maternos
de Arnold, y que a Arnold lo criaron prácticamente los abuelos, la madre
trabajaba fuera todo el día. Cuando Lobel habla de su infancia, hace siempre
referencia a sus abuelos, más que a su madre. El padre parece que directamente
desapareció de la escena. A diferencia de Sendak, no había hermanos. Sabemos
que a los 7 años pasó un año en cama por una otitis que se le complicó y derivó
en mastoiditis, que volvió al colegio y le costó, no se sintió a gusto, tuvo
problemas de reacomodo. Y sabemos que, como Sendak, se ganó a sus compañeros o
al menos consiguió que le dejaran en paz mediante la estrategia de contarles cuentos. Se le daba
bien.
Sabemos que, mientras Sendak convivió
durante cincuenta años con su pareja (aunque no dijera en público que era
homosexual hasta que se murieron sus padres), Lobel se casó y tuvo una hija y
un hijo. Su mujer, la ilustradora Anita Lobel (antes, Anita Kempler), una
superviviente del holocausto a la que conoció siendo ambos estudiantes y con
quien colaboró en bastantes libros, sigue manteniendo su apellido. Sabemos que comunicó
a su familia que era homosexual aproximadamente 13 años antes de su muerte de
SIDA en 1987. Y no sabemos muchísimo más.
Hasta cierto punto, una combinación de
cierta reticencia por aparecer en público y el tupido velo que se corría sobre
la homosexualidad y sobre el SIDA en general en ese momento en concreto, pueden
explicar en parte los pocos detalles de su vida.
¿Pero y de su obra?
James Marshall, en su obituario, daba
por hecho que tras su muerte aparecerían muchos libros sobre él, “libros que
cubrirán varios aspectos de su trabajo en profundidad”. Pero la verdad es que se
equivocó. Treinta años después, es llamativo lo poco que hay escrito sobre su
obra. Hay un solo libro dedicado íntegramente a su obra, escrito por George
Shannon y publicado dos años después de su muerte (ver bibliografía, abajo). Pero desde entonces no ha
habido ningún monográfico dedicado a Lobel y hay francamente pocos artículos
académicos o incluso divulgativos dedicados a Lobel.
Como digo, es llamativo que a un autor
que probablemente esté entre los más leídos en los hogares y escuelas de EEUU esté tan olvidado en este otro sentido.
En su caso no sufrió ningún tipo de censura, como pudo ser el caso de Sendak
(los libros de Sendak no son para todos; pero los de Lobel se ven como del todo
“inofensivos”), y ha estado permanentemente presente en las bibliotecas
escolares de todo el país. Creo que sería difícil encontrar a un estadounidense
que no se haya topado con Sapo y Sepo en algún momento de su vida. Y en el
resto del mundo sus libros son también muy conocidos y han sido muy traducidos.
Es curioso entonces, que parece no haber habido gran interés por investigar y
escribir sobre su obra.
Por un lado, es posible que influya el
personaje.
A Sendak se le oye desde lejos. Sendak
quiere ser artista, con A mayúscula. Tiene vozarrón literal y vozarrón
literario. Sendak es un personaje jugoso, escandaloso, ruidoso. Tiene carisma y
por mucha fama de huraño que pudiera tener, había en ello cierto juego:
disfrutaba cultivando ese personaje público gruñón.
Lobel es justamente lo contrario. Se
considera más artesano que artista, y no suena a falsa modestia cuando lo dice.
A Lobel hay que arrimarse para oírlo; hay algo íntimo, recogido en gran parte
de su obra. Como personaje, es modesto, calladito, modosito casi, rehúye
cualquier contacto con el público (ni siquiera pensaba que tuviera mucho sentido
leer en escuelas o reunirse con niños porque decía que “no se le daba bien”).
Y estas diferencias se reflejan en sus
obras. Los personajes de Sendak salen a tierras remotas de fantasía y vuelven
cambiados. Gritan para que el mundo les oiga. Max, de Donde viven los monstruos, Miguel de La cocina de noche y Aida de Al otro lado son héroes de sus propias aventuras.
Los personajes de Lobel son más bien
caseros. Como mucho, de vez en cuando, se aventuran a dar una vuelta a la
manzana. Es raro que pasen mucho más de media hora fuera de casa. Y cuando lo
hacen hay un motivo y un destino claro sobre todo. En El Tío Elefante, viajan de una casa a otra y de vuelta a la casa
original. En Saltamontes en el camino,
el Saltamontes hace del camino su hogar. “Saltamontes estaba cansado. Se acostó
en un lugar mullido. Sabía que por la mañana el camino seguiría ahí, y que le
llevaría a donde quisiera ir”. El camino es conocido, es lo que te encontrarás
a la mañana siguiente al despertar, es reconfortante como el hogar.
Los personajes de Lobel susurran para
no molestar o como mucho, gruñen para expresar su malestar. "Héroe" no sería la
primera palabra que nos vendría a la mente para describir a sus personajes.
Sepo es un neurótico; Búho es un psicótico, como indica el propio Lobel. ¿Pero
héroes? Probablemente no elegiríamos esa palabra.
De hecho, al leer los obituarios de
Lobel y algún otro texto sobre él se va perfilando un personaje casi
cómicamente y sospecho que exageradamente también modoso.
El propio James Marshall en
el obituario para la revista The Horn Book Magazine observa: “Siempre había
algo de apropiado en Arnold”, dice. “Apropiado” en el mejor sentido, añade.
En otro
obituario, de Michael Patrick Hearn, se aprecia, al hablar de sus Fábulas, obra por la cual ganó el premio
Caldecott, que “A Lobel le falta la ira necesaria para ser un gran fabulista”.
“La única exuberancia que mostró”, decía otro, la mostró en sus diálogos”.
“La única exuberancia que mostró”, decía otro, la mostró en sus diálogos”.
Incluso la paleta de colores que usaba
en Sapo y Sepo y Búho en Casa y en
todos estos libros, fue objeto de bromas cariñosas que alimentaban esa imagen
de él. “Hay un tono de verde en concreto, un
tono entre bilis y flema, verdaderamente repugnante.”, dice Marshall. “La
mayoría de los artistas ni lo tocarían. Pero Arnold usa este verde todo el
tiempo – y consigue hacer que funcione.”
Geraldine Deluca le pregunta en una entrevista (ver bibliografía, abajo) por los
colores tan apagados que usa. A pesar de que Lobel explica que realmente se
debe a un proceso de aprendizaje relacionado con la forma de imprimir, con cada
plancha de color por separado y que con el tiempo había aprendido que los
colores fuertes quedaban peor”, se alimentaba esa sensación de huida de la
estridencia, de discreción.
“Apropiado, calmado, discreto…” puede
que no resulte tan atractivo como tema de investigación como alguien más provocador,
que diga alto y claro: ¡Hola! ¡Aquí estoy!
Por otro lado, creo que también hay una
cuestión de género, de género literario. Aunque podemos describir a Arnold
Lobel como un autor de álbumes (hizo muchos), realmente su faceta más conocida
es como autor de esos libros a los que pertenecerían Sapo y Sepo, Búho en Casa,
Historias de Ratones, Sopa de Ratón, … que formalmente, no
serían necesariamente álbumes, sino más bien cuentos ilustrados -y cuentos
ilustrados de un tipo muy determinado-. Son lo que en inglés se llaman “Easy Readers” (libros fáciles de leer,
para niños que están aprendiendo a leer; están clasificados por nivel lector,
muchas veces con restricciones de vocabulario y de complejidad gramatical).
La editora Ursula Nordstrom se planteó el reto de hacer que este tipo de libro fuera emocionante y literariamente
interesante. Hasta entonces habían sido libros con frases como “Éste es Pepe. Ésta
es Pepa. Ésta es su mamá. Éste es su papá. Éstos son su mamá y su papá. Etc.” Ella
se propuso crear una colección que tuviera en cuenta la divergencia entre la
capacidad lectora y la capacidad cognitiva de los niños que están aprendiendo a
leer. (Sí que habría un precursor importante en esto, que sería Dr Seuss.)
El primer libro de la serie I Can Read (“Yo sé leer”) fue Osito, de Elsa Minarik,
ilustrado por un aún bastante desconocido Sendak, en 1957. Para cuando llegó
Lobel a Harper en los 60, Sendak ya andaba haciendo otras cosas, escribiendo
sus propios textos. Y a Lobel le cayeron muchos textos para esta serie de
libros para primeros lectores. Y estuvo casi 10 años haciendo libros de la
serie An I can Read Book y de la
serie A Science I can Read Book (aquí una reseña de uno de estos libros),
antes de publicar su primer gran, gran éxito, el primer libro de Sapo y Sepo. Y le siguieron muchos más.
Y aunque Lobel publicó más de 100
libros en su carrera, se le recuerda y se le conoce principalmente por estos
libros que no son álbumes en el sentido estricto de la palabra. Aunque Sendak
se quejara de que el álbum no se tenía en suficientemente alta estima en términos
artísticos, lo cierto es que el álbum ha centrado la práctica totalidad del
trabajo académico y divulgativo sobre literatura ilustrada para niños en las
últimas décadas. Estos Easy Readers, a pesar de ser un género fascinante y muy
difícil, no han corrido la misma suerte que los álbumes en este sentido y han
sido bastante ignorados. Hay algún estudio sobre estos libros y el efecto sobre
el aprendizaje de la lectoescritura y ese tipo de enfoque, pero no tantos
estudios sobre estas obras en tanto que obras literarias. Los Easy Readers
carecen del glamour y de la espectacularidad de un álbum a todo color. Son “textitos
simples”. ¿Qué se puede decir sobre ellos?
Pero el caso es que, como he dicho
antes, Lobel tuvo la oportunidad de hacer muchos, muchos de estos libros con
textos de otras personas, antes de lanzarse con los suyos, y luego tuvo ocasión
de hacer muchos libros suyos antes de encontrar su voz y su especial talento.
Lobel maduró como escritor con este género de libros fáciles de leer pero nada
fáciles de escribir, en los que es necesario contar algo con cierta chispa y a
poder ser algo de chicha en muy pocas páginas.
Creo que estos dos factores, el factor “personalidad
discreta” y el factor “identificación con un género querido pero poco glamuroso
e ignorado” podrían explicar al menos en parte esta falta de atención a Lobel.
Pero son justamente esas dos cosas,
ciertos aspectos de su personalidad y un dominio de ese género en concreto, que
creo que dieron forma a esa mirada filosófica, científica -curiosa, al fin y al
cabo- a la que hace alusión el título de esta charla.
El propio Lobel se define a sí mismo en
estos términos: “Soy una persona muy doméstica. Supongo que eso se evidencia en
mis ilustraciones, en casi todo mi trabajo. Es todo muy burgués. Hay muchos
muebles, muchos accesorios del hogar, porque eso es lo que soy. No soy un gran
viajero, ni un aventurero y creo que esa sensación desde luego que se palpa en
mis libros. Es cierto que todos mis libros están bastante vinculados al hogar.”
Lobel limita voluntariamente su
universo. Se encuentra cómodo en casa o cerca de casa. Sus personajes también.
Y ese universo limitado, elegido voluntariamente por Lobel, coincide feliz e
interesantemente con el universo necesariamente limitado de un niño. Esa
limitación del campo lleva a una observación de lo pequeñito, de lo cotidiano.
“No soy de aventuras; soy más de matices” dijo en una entrevista.
Esta estrechez de universo, que Lobel
comparte voluntariamente con el universo “pequeño” de los niños, lo une a ellos
de una manera interesante, por mucho que él insista en que no tiene gran cosa
que decirle a un público infantil en persona porque no se le da bien la
docencia. Elige un campo de visión compartido.
Y desde el hogar, como el niño, Lobel
se detiene y mira, y se pregunta, hace preguntarse a sus personajes y hace
preguntarse a sus lectores sobre su mundo que le rodea.
Se pregunta y nos hace preguntarnos
sobre muchas cosas, algunas más científicas, otras filosóficas, todas
curiosísimas y casi siempre bastante graciosas (sobre nuestro conocimiento del
mundo, nuestro comportamiento con los demás, la legitimidad de nuestros
sentimientos, la amistad, la estética, el lenguaje).
Desde el hogar, Lobel se para, mira y
urde historias que generan preguntas.
Cuando se pasa mucho tiempo en casa, da
tiempo de contar, muchas veces, los escalones de la planta baja al primer piso,
los que separan “Arriba” y “Abajo”.
A veces Búho estaba arriba en su cuarto. Otras veces, estaba
abajo en la sala.
Cuando Búho estaba abajo, se preguntaba: - Cómo estará
mi piso de arriba?
Y cuando estaba arriba, se preguntaba: -¿Cómo la estará
pasando mi piso de abajo? Siempre echo de menos un lugar o el otro.
-Debe haber alguna manera -dijo Búho- de estar arriba
y abajo al mismo tiempo.
-Tal vez si corro muy, muy rápido pueda estar en los
dos lugares al mismo tiempo.
Búho subió corriendo las escaleras.
-Estoy arriba – dijo-
Búho bajó corriendo por las escaleras.
-Estoy abajo – dijo.
Entonces, Búho subió y bajó las escaleras, más y más
rápido.
-¡Búhoooo! -Gritó-.
-¿Estás abajo?
No hubo respuesta.
-No – dijo Búho-.
-No estoy abajo porque estoy arriba. No estoy
corriendo lo suficientemente rápido.
-Buhoooooo!- gritó-.
-¿Estás arriba?-
No hubo respuesta.
-No - dijo Búho-.
-No estoy arriba porque estoy abajo. Tendré que correr
todavía más rápido.
-Más rápido, más rápido! -Exclamó Búho-.
Búho pasó toda la noche subiendo y bajando las
escaleras a toda velocidad. Pero no podía estar en los dos lugares al mismo tiempo.
-Cuando estoy arriba, -dijo Búho-, no estoy abajo.
-Y cuando estoy abajo, no estoy arriba. Lo que sí es
seguro
es que estoy muy cansado.
Búho se sentó a descansar.
Se sentó en el décimo escalón, porque era un lugar que
estaba justo en el medio.
Desde su hogar, Búho se pregunta y suspira por la posibilidad de la bilocación – de estar en dos lugares al mismo tiempo. Se pregunta por el espacio y el tiempo.
Con niños, tras leer
este cuento, alguno ha sugerido que sí es posible, perfectamente posible, estar
en dos lugares al mismo tiempo: si nosotros estamos en una habitación y hay una
foto nuestra en otra habitación es una forma de estar en dos sitios a la vez. O
algún otro siempre propone poner un pie en cada habitación para estar en dos
sitios a la vez. Recuerdo a una niña a la que se le ocurrió también otra forma
de estar en dos sitios a la vez: que en uno esté nuestro cuerpo y que en otro
esté nuestra mente. O que alguien que está muy lejos se ponga a pensar sobre
nosotros o a soñar con nosotros, propuso una vez otra niña. A veces, el diálogo
a partir de este cuento lleva a imaginarnos un mundo donde todos tuviéramos
clones, uno para estar arriba y otro para estar abajo. ¡Solucionado!
Dentro del hogar, también se come y a veces se comen cosas
muy, muy ricas. Recuerdo una vez, que mi hijo se excusó por comer una cantidad grotescamente
enorme de chocolate: “Yo le digo que no, pero mi mano no me hace caso y se
acerca sola”, me dijo. Tenía cuatro años y tenía claro que la razón y el deseo
no siempre se entendían.
Sin
duda el adulto Lobel también tenía experiencia de esta sensación. Y sus
personajes Sapo y Sepo lo sufren en sus propias carnes.
Sepo hizo unas galletas.-¡Qué bien huelen estas galletas!, -dijo Sepo-. Se comió una.-Y saben mejor todavía, -dijo-. Fue deprisa a casa de Sapo.
-Oye, Sapo, -dijo Sepo-. Toma. Prueba estas galletas, yo las hice. Sapo se comió una galleta.-¡Estas son las mejores galletas que he comido en mi vida! -dijo Sapo.
Sapo y Sepo se comieron, una tras otra, muchísimas galletas.
-¿Sabes una cosa, Sepo?-, dijo Sapo con la boca llena, -deberíamos parar de comer. Nos vamos a enfermar-.-Tienes razón-, dijo Sepo-. Vamos a comernos una galleta más y ya paramos. Sapo y Sepo se comieron la última galleta. En el plato todavía quedaban muchas galletas.-Oye, Sapo-, dijo Sepo-. Vamos a comernos una galleta más y luego ya paramos. Sapo y Sepo se comieron otra última galleta.
-¡Tenemos que parar de comer! -exclamó Sepo, mientras se comía otra galleta. -Sí, -dijo Sapo-, tomando otra. -Tenemos que tener fuerza de voluntad. -¿Qué es fuerza de voluntad? -preguntó Sepo-.
-Fuerza de voluntad, -dijo Sapo-, es proponerse en serio no hacer algo que de verdad te apetece hacer.-Por ejemplo, ¿proponernos en serio no comernos todas estas galletas? -preguntó Sepo-.-Eso es, -contestó Sapo-.
Sapo metió las galletas en una caja.
-Bueno, ya está, -dijo-. Así ya no comeremos más galletas.
-Pero podemos abrir esa caja, -observó Sepo-.
-Es verdad, -admitió Sapo-.
Así que Sapo ató la caja con un cordel.
-Bueno, ya está, -dijo-. Así ya no comeremos más galletas.
-Pero podemos cortar el cordel y abrir la caja, observó Sepo.-Es verdad, -admitió Sapo-.Así que Sapo trajo una escalera. Puso la caja en lo alto de una repisa.-Bueno, ya está, -dijo Sapo-. Así ya no comeremos más galletas.-Pero podemos subir por la escalera, bajar la caja, cortar el cordel y abrir la caja, -observó Sepo-.-Es verdad, -admitió Sapo-.
Así que trepó por la escalera y bajó la caja de lo alto de la repisa. Cortó el cordel y abrió la caja. Sapo sacó la caja al jardín. A todo pulmón exclamó:-EH, PAJARITOS, ¡AQUÍ TIENEN GALLETAS!
Vinieron pájaros de todas partes, tomaron las galletas con el pico y se fueron volando.-Ahora ya no queda ninguna galleta que comer, -dijo Sepo con tristeza-. No han dejado ni una.-Es verdad, -dijo Sapo- pero tenemos montones y montones de fuerza de voluntad.-Te la puedes quedar toda, Sapo, -dijo Sepo-. Yo me voy a casa… a hacerme un pastel.
Desde su hogar, Sapo y Sepo viven una situación reconocible por igual para niños y adultos que nos hace pensar. ¿Quién no ha rogado a un invitado que se llevara las sobras del postre a casa para evitar la tentación de comérnoslo nosotros mismos? O quizás decidamos zampárnosla toda para quitarnos la tentación de en medio. ¡Estamos locos estos humanos! Hay todo tipo de estrategias, muchas de ellas bastante graciosas y absurdas, a las que recurrimos todos para tratar de “solucionar” la misma cosa: nuestra propia falta de fuerza de voluntad. Pero ¿qué es lo que queremos? ¿Comérnoslo o no comérnoslo? El problema es que en estos momentos nos parece que queremos ambas cosas, y querer una cosa y la contraria es paradójico y da mucho que pensar.
En el cuento El sueño, en Sapo y Sepo Inseparables,
acompañamos a Lobel y a Descartes en la pregunta
de cómo podemos saber si estamos soñando o estamos despiertos y por tanto, cómo
podemos estar seguros de que nuestras creencias sobre el mundo son ciertas.
Como casi siempre, Lobel parte del humor. Sepo tiene un sueño de estos donde
uno sabe milagrosamente hacer algo virtuoso, en este caso interpretar una obra
de teatro sobre un escenario. Mientras Sepo se crece, con el ego a explotar, su
amigo Sapo va encogiendo, encogiendo, encogiendo hasta desaparecer. De repente
lo que era un sueño delicioso se ha convertido en una pesadilla espantosa.
Sapo se había vuelto tan pequeño que no se podía ver
ni oír.
¡Sapooo!, llamó Sepo. ¿Dónde estás?
Tampoco esta vez hubo respuesta.
“Sapo, ¿Qué es lo que te he hecho?” Gritó Sepo.
Entonces la voz dijo:
“Ahora EL SAPO MÄS EXTRAORDINARIO…”
¡Cállate! Le gritó Sepo, y luego llamó:
“Sapo, Sapo, ¿Dónde te has ido? Vuelve! Me sentiré muy
solo sin ti!”
“Estoy aquí” dijo Sapo.
Sapo estaba de pie junto a la cama de Sepo.
Despierta, Sepo, dijo.
“¡Sapo! ¡De verdad eres tú!”, exclamó Sepo.
“Pues claro que soy yo”, dijo Sapo.
“¿Y tienes tu tamaño de siempre?”
“Pues si”, creo que sí dijo Sapo.
Sepo miró la luz del sol que entraba por la ventana.
“Sapo”, dijo, “estoy tan contento de que hayas
vuelto”.
Yo siempre vuelvo, dijo Sapo.
¿Cómo podemos saber que
esto es real y que no es un sueño… que ahora mismo no estamos soñando que
estamos en medio de un bosque, en una conferencia sobre Lobel, hablando de si
sería posible que todo esto fuera un sueño, que vosotros estuvierais soñando
que yo os estoy hablando?
Ahí os dejo con ello.
En el cuento
“Escalofríos”, de Días con Sapo y Sepo,
Sepo le cuenta a Sapo un cuento de fantasmas. Al leerlo, exploramos junto a
Lobel el paradójico placer de sentir miedo.
¿No te gusta sentir miedo? ¿No te gusta sentir escalofríos? Le pregunta Sepo a Sapo.No estoy muy seguro… le responde.
Le cuenta el cuento y cuando lo acaba…
Sapo y Sepo se arrimaron un poco más al fuego. Estaban
un poco asustados. Les temblaban las tazas de té en las manos. Sentían
escalofríos. Era una sensación agradable y calentita.
Los mecanismos de
nuestra reacción emocional ante la ficción, aun sabiendo que es ficción, es un
tema fascinante de la filosofía de la literatura. ¿Cómo es posible que sintamos
miedo de una película de miedo, aun sabiendo perfectamente que no es de verdad?
¿Cómo es posible que sintamos pena por un personaje de un libro aun sabiendo
que es ficción? ¿Qué pasa ahí? ¿Y cómo es posible que nos pueda llegar a gustar
sentir miedo?
También hay muchísimas
preguntas desde el hogar en Lobel relacionadas con fantasías del tipo ¿Y qué
pasaría si…?
Federico [Martín Nebras] me mencionó,
cuando me llamó para invitarme a dar esta conferencia, que el baño en Historia
de Ratones que se desborda planteaba preguntas sobre el Principio de
Arquímedes.
A mí me gusta ese cuento
porque explora, de una forma que conecta fantásticamente con la mente infantil,
el extremo de una posibilidad. ¿Qué pasaría si….? ¿Qué pasaría si dejáramos el
grifo correr y correr y correr?
Y hay muchas preguntas
más que brotan y brotan sin parar.
Todo
esto y si os fijáis, no hemos tenido necesidad de salir de casa.
Saliendo de la casa ya,
pero no demasiado lejos, que no nos gusta alejarnos, nos hacemos muchas
preguntas más.
En Historias de Ratones, nos encontramos también con “El pozo de los deseos” y
nos preguntamos con Lobel si los objetos inanimados sienten dolor y si habría
que tratarlos con cariño también. (Sabemos que tiene grandes posibilidades
humorísticas, pero ¿es del todo absurdo?).
También fuera de la
casa, pero aún en el jardín, exploramos la noción de causa. En “El jardín”, en Sapo y Sepo, Inseparables, nos
planteamos si las plantas crecieron gracias a las canciones que les cantó Sepo,
a los poemas que les leyó, a la música que les tocó o al tiempo que pasó.
También podemos llegar a
plantearnos la noción de explicación (“Las semillas crecen porque dejan de
tener miedo de crecer”) y explorar en qué consiste una buena explicación.
En la historia “Ratón
muy alto, ratón muy bajo”, apreciamos que por muy limitado que sea nuestro
campo de conocimiento, hay distintas perspectivas.
Dentro de nuestro campo
limitado, nuestra visión particular es limitada dentro de esa limitación y hay
más perspectivas que la nuestra. ¿Qué cosas sabríamos si fuéramos más altos que
no sabemos siendo de nuestra estatura actual? ¿ O si fuéramos mucho más bajos
de lo que somos? ¿Y si camináramos más despacio?
Otra
exploración muy interesante de la limitación de nuestra perspectiva está en Sopa de ratón, en el cuento “Dos piedras
grandes”.
Dos grandes piedras estaban sentadas en la ladera de
una colina. El pasto y las flores crecían allí.
“Este
lado de la colina es lindo” dijo la primera piedra “Pero me pregunto ¿cómo será
el otro lado de la colina?”
“Nosotros
no lo sabemos. Nosotros nunca lo sabremos” dijo la segunda piedra.
Un día
pasó volando un pájaro.
“Pájaro,
puedes decirnos ¿qué hay del otro lado de la colina?” preguntaron las piedras.
El
pájaro voló alto en el cielo. Voló sobre la colina. Luego volvió y dijo.
“Puedo
ver pueblos y castillos. Puedo ver montañas y valles. Es una vista maravillosa”
La
primera piedra dijo, “Todas esas cosas están del otro lado de la colina.”
“Que
triste” dijo la segunda piedra “Nosotros no podemos verlas. Nosotros nunca
podremos verlas”
Las dos
piedras se sentaron en su lado de la colina. Y se sintieron tristes con 100
años.
Un día
un ratón pasó caminando.
“Ratón,
puedes decirnos ¿qué hay del otro lado de la colina?” preguntaron las piedras
El
ratón trepó la colina. Puso su nariz sobre la punta y miró hacia abajo. Volvió
y dijo,
“Puedo
ver tierra y piedras. Puedo ver pasto y flores. Es una vista maravillosa”
La
primera piedra dijo, “El pájaro nos mintió. Aquel lado de la colina es exactamente
igual a este lado.”
“Oh”
dijo la segunda piedra “Ahora somos felices de nuevo. Y siempre lo seremos.”
Nos
preguntamos sobre la fiabilidad de los testimonios y sobre la influencia de
nuestra perspectiva sobre nuestra felicidad.
Quizás el cuento que
más se parezca a una aventura en toda regla sería “Dragones y gigantes”, aunque
nunca da la impresión de que se alejen mucho de su casa. La historia arranca en
el calor del hogar, con Sapo y Sepo mirándose al espejo para tratar de
determinar si son tan valientes como los protagonistas del libro que están
leyendo. ¿Qué es la valentía? ¿Cómo se detecta? Deciden que el espejo no lo va
a determinar, así que salen a testar empíricamente su valentía. Y lo leo a
partir de aquí.
Sapo y Sepo salieron de casa. -Podemos probar a
escalar esta montaña. Dijo Sapo. Así sabremos si somos valientes. Sapo empezó a
trepar dando saltos de roca en roca. Sepo subía detrás de él resoplando y
jadeando. Llegaron hasta la entrada de una cueva oscura. Una enorme serpiente
salió de la cueva. ¡Qué visita tan apetitosa!, dijo la serpiente al ver a Sapo
y Sepo. Y abrió una bocaza enorme. Sapo ySepo salieron disparados. Sepo
temblaba. ¡No tengo nade de miedo! exclamó.
Siguieron escalando. Y, de pronto, oyeron un gran
estruendo. Un montón de rocas enormes caía rodando montañas abajo. ¡Es una
avalancha! Gritó Sepo.
Sapo y Sepo se alejaron de allí a todo correr. Sapo
temblaba. ¡No tengo nada de miedo! exclamó.
Se siguen encontrando peligros y
siguen sin sentir nada nada de miedo. Van corriendo camino de vuelta, sin mirar
atrás hasta llegar a casa de Sapo.
Y sepo le dice a
Sapo:
-Sapo, me alegro muchísimo de tener un amigo tan
valiente como tú.
Se metió en la cama y se tapó la cabeza con las
sábanas.
Y yo estoy muy contento de conocer a alguien tan valiente
como tú, Sepo, dijo Sapo.
De un salto se metió en el armario y cerró la puerta.
Sepo se quedó quieto en la cama y Sapo se quedó quieto en el armario. Y se quedaron allí durante mucho tiempo
sintiéndose los dos muy valientes.
Pero ya veis qué tipo de aventura es.
Lobel dice algo interesante en la entrevista que le hicieron Roni Natov y Geraldine Deluca, publicada en The Lion and The Unicorn (ver bibliografía, abajo): “Cuando
empecé a escribir, trataba de escribir historias “para” niños, que en realidad
se encontraban fuera de mi propio campo de sentimientos. Me preguntaba qué les
gustaría a los niños y veía cómo podía “entregárselo”. Escribí libritos más o
menos encantadores, pero no tenían peso alguno. Y luego de repente me di cuenta
de que si quería ser escritor, iba a tener que ser escritor como cualquier otro
escritor y tenía que venir de mí mismo. Todas las historias de Sapo y Sepo
vienen de preocupaciones, observaciones o preguntas adultas mías. De alguna
manera logré orientarlas para que un niño pudiera apropiarse de esas
preocupaciones, observaciones o preguntas también, hacerlas suyas, conectar con
ellas. “Creo que un niño pasa por las mismas cosas que un adulto. No creo que
perdamos nada cuando crecemos. Creemos que somos adultos y que nuestras
emociones son adultas y nuestro pensamiento es adulto, pero en realidad pasamos
por el mismo tipo de cosa por las que pasamos cuando éramos niños y pensamos en
muchas de las mismas cosas también”.
Hablábamos ayer [referencia al día
anterior de las Jornadas] de encontrar un lugar genuino desde el que preguntar
a los niños, y creo que podemos afirmar sin lugar a dudas que Lobel encontró
uno. Y precisamente porque es genuino y se trata de compartir preguntas a partir de observaciones,
preocupaciones, extrañamientos también compartidos, Lobel también ofrece un modelo a los niños -y a
muchos adultos necesitados también-. Ofrece un modelo para mirar, pensar y
preguntar sobre el mundo. Yo por lo menos a eso lo llamo literatura, con “L”
mayúscula. Con “L” de Lobel. Muchas gracias.
BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA
Arnold Lobel, George Shannon, Thwaite, Boston, 1989
An Interview with Arnold Lobel, Roni Natov y Geraldine Deluca, en The Lion and the Unicorn, Volume1, Number 1, 1977.
The Astonished Witness Disclosed: An Interview with Arnold Lobel, Lucy Rollin in Children's Literature in Education, diciembre 1984, volume 15, issue 4, páginas 191-197
Arnold Lobel, by James Marshall. The Horn Book. 1 mayo, 1988
Arnold Lobel, Author-Illustrator, Hilary Stout. New York Times. 6 diciembre, 1987
Arnold Lobel, an Appreciation, Michael Patrick Hearn, 10 de enero, 1988
Wild Things! Acts of Mischief in Children's Literature, de Betsy Bird, Julie Danielson y Peter Sieruta (editores), Candlewick, 2014
Wild Things! Acts of Mischief in Children's Literature, de Betsy Bird, Julie Danielson y Peter Sieruta (editores), Candlewick, 2014
Gracias Ellen por permitir que los que no estuvimos en es charla podamos acceder a éste excelente material.
ResponderEliminarmuchas gracias por este excelente artículo. Había leído Búho en casa y Sopa de ratón, pero muchas veces me hace falta otra perspectiva para valorarlas.
ResponderEliminarMaravillosos cuentos. Gracias por compartir
ResponderEliminarExcelente el planteo y la manera de trasmitirlo; es toda una propuesta de relectura de los textos de Lobel. Gracias por permitirnos acceder a él.
ResponderEliminarExcelente trabajo. Aporta mucho para la lectura y el análisis de este autor tan importante para la Literatura Infantil.
ResponderEliminarMARAVILLOSO ME ENCANTÓ, SIN DUDA MUCHAS PERSPECTIVAS PARA SEGUIR APRENDIENDO.
ResponderEliminarBuen día quisiera contar con todo imparte de ese materila
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